Por: Johanna N.
Zumba en mis oídos el silencio de tu habitación; silencio que rompíamos tu y yo al rompernos los cuerpos en un halo de gloria magnificente.
Zumba en mis oídos el silencio de tu habitación; silencio que rompíamos tu y yo al rompernos los cuerpos en un halo de gloria magnificente.
Destilaron de aquellas sabanas restos de sudor, lagrimas y sangre que nuestros cuerpos ya no querían llevar dentro y, de un grito absurdo y prolongado, se transportaron a esa superficie estrepitosa de lujuria omnívora. Flameando de a poco los dorsos, las caderas, las cinturas esas sabanas se convirtieron en ruinas arrinconadas en el recoveco de tus pechos, de mis nalgas, de los sexos… ahogadas de intensidad madura de un hombre y una mujer que sabían saborear hasta el aire.
Espejo divino… reflejando esa realidad inerte
Mágico lente… reflejando esa realidad inmóvil
Zumba en mis oídos aquella habitación sentida; que palpito a pálpito presentía un final…
No quise nunca despegarme de ese piso que, haciendo las veces de cama, me envolvió en su suciedad connatural… que haciendo las veces de cama, me arrastro hacia ti… que haciendo las veces de cama, me hizo caminarte los labios y recorrerte la anatomía.
Aun zumba en mis oídos aquella otra habitación, que estando dentro nos banaba los cuerpos impúdicos e indeseables; aun huelo el jabón; aun huelo el shampoo; aun huelo la pasión de esa clase de amor…
Zumba en mis oídos el silencio de nuestra habitación…
No quise dar ni un paso más, pero la puerta me esperaba.
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